Juan García Pérez era un hombre sin protagonismos, como su nombre y apellidos. Hace diez meses cerraron los cines de su barrio y perdió su trabajo como acomodador. Desde entonces no encuentra nada. Un día, recordando las palabras de la protagonista de Lo que el viento se llevó, Scarlata O’Hara, se dijo: Aunque tenga que mentir, robar, mendigar o matar, a Dios pongo por testigo de que jamás volveré a pasar hambre. Y decidió actuar.
Como no tenía para agenciarse un arma, cogió un cepillo de dientes, lo envolvió en papel de aluminio y se lo echo al bolsillo. Así pertrechado se dirigió al centro comercial y entró en la primera tienda que vio, una perfumería. Los nervios le impedían hablar. Se situó frente al mostrador empuñando su artilugio metálico. Pero la desgracia no le abandonaba. La dependienta pensó que era un extranjero que desconocía el idioma y, al observar cómo asomaban entre el aluminio las cerdas del cepillo, no se le ocurrió otra cosa que entregarle un tubo de pasta de dientes. Y Juan lo agarró y salió corriendo…
(Había que utilizar las palabras: CENTRO COMERCIAL / UN CEPILLO DE DIENTES / SCARLATA O'HARA)
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