Vestida de domingo acude al parque donde, como en su cabeza, ya no habitan los pájaros. Aún así, en su bolso lleva un pedazo de pan, junto a un papel con un nombre, con una dirección. Mientras permanece en el banco, pasan niños envueltos en una algarabía de juegos; ancianos buscando la caricia adormecedora del sol y una pareja de amantes, que esconden sus besos furtivos bajo la penumbra de un ficus.
Decide marcharse de allí. No sabe a donde. Pero le atormenta una duda, si para que la acompañe a casa el último extraño sentado a su lado, debe llamarlo hijo o papá.
Tremenda realidad de la demencia. Mucha ternura en tus textos, pero no sé si los pájaros han huido de su cabeza o están anidando.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchísimas gracias por tu comentario.
EliminarTal vez los pájaros los tengamos nosotros en la cabeza.
Besos.
Muchas gracias por tu comentario y tus palabras.
ResponderEliminarSaludos afectuosos desde Valencia.
Un abrazo.