Cuando acudieron a mi despacho los trapecistas del circo, mi primera intención era despedirlos. Su número se había quedado obsoleto. Irina era una antigua campeona olímpica rusa de barra fija que siempre trabajaba con su marido, Trabukonov. Nunca supe si ese era su verdadero nombre o si tenía algo que ver con los atributos que ocultaba bajo las mallas. Al ver las lágrimas de Irina, les di una semana para introducir mejoras.
Al cabo de siete días, me llamaron a la pista central para que viera las modificaciones en su actuación. Ambos comenzaron a balancearse en sus trapecios. Irina se soltó y tras dos giros en el aire, se asió con sus manos en aquel mástil erecto que sobresalía entre las piernas de Trabukonov. Después se lanzó de nuevo al vacío, dio dos giros mortales con triple tirabuzón, para caer, otra vez, sobre su marido. En esta ocasión se sujetó con la boca, manteniendo entre sus dientes el miembro viril de Trabukonov.
Ante aquello, y mientras aplaudía entusiasmado, solo pude gritar: ¡Este número es la polla!”.
Muy divertido, pero de alto riesgo. Para el marido, el trapecista dotado.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz tarde
Muchas gracias por tu comentario.
EliminarBesos.
Este micro es la polla, jajaja
ResponderEliminarJAjajajaja, tienes razón.
EliminarMuchas gracias por tu comentario, Yolanda.
Besos.
¿Es real el relato?
ResponderEliminarPues eso habrá que preguntárselo a Trabukonok.
EliminarGracias por tu comentario.
Un saludo.