lunes, 19 de octubre de 2020

PAISAJES PARA NO COLOREAR

   Cuando regresamos al dispensario de aquel poblado de la sabana africana, vimos a Abdul. Nos apenó que no le quedara ni un recuerdo con el que rellenar las hojas de papel que le habíamos dado. Con los dibujos a medias y sin colorear, las dejó sobre la mesa y salió corriendo sin que lo pudiésemos retener. Tan solo una de las cuartillas aparecía emborronada de rojo. Tal vez, era lo único que deambulaba por su cabeza.
     Al día siguiente, llegaron los soldados a la aldea. Nos hicieron salir y ordenaron que nos agolpásemos en la tapia del fondo. Entre la maraña de fusiles que nos apuntaban, pude distinguir sus ojos y, sobre su espalda, el oso de peluche que le habíamos regalado.


Organizado por la EDITORIAL ACEN

Fotografía de Markus Spiske on Unsplash



4 comentarios:

  1. uf, qué tremenda historia. Por las ONG que se matan para sacar a los niños adelante. Un final de espanto.

    Un abrazo

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  2. Enhorabuena, Javier. Tu excelente relato no merece menos.

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    Respuestas
    1. Hola, Margarita, muchas gracias por tus palabras.
      Estoy muy contento.
      Te voy a confesar una cosa, este relato es con el que participé en Zafra. Siempre hay que tener fe.
      Muchos besos.

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