Cuando todos estábamos sentados en nuestros bancos, comenzó su sermón dominical con voz clara y potente. Nos dijo que debíamos tener fortaleza frente a las provocaciones de nuestros adversarios. Que con tesón y sacrificio lograríamos la salvación. Pero, que deberíamos colaborar con nuestros compañeros, ya que todos andamos por igual camino y deseamos alcanzar el mismo fin: la gloria eterna. Estaba seguro de que por una vez habría justicia, pero que para ello debería imperar la templanza en todas nuestras acciones.
Al oír sus últimas palabras muchos comenzamos a rezar. Nos levantamos todos tras nuestro entrenador y enfilamos la puerta del vestuario hacia el centro del campo para comenzar el partido.
Ese entrenador haciendo de guía espiritual, sólo faltó la figura del púlpito para su arenga
ResponderEliminarMuy bueno. Un abrazo y feliz viernes
Muchísimas gracias por tu comentario.
EliminarFeliz viernes y mejor fin de semana.
Besos.