Cada día se acerca, un poco, al borde del abismo donde se esconde del miedo. Hace tiempo que la sonrisa se desdibujó de su rostro, donde el maquillaje no puede ocultar más. Las niñas ya no volverán a molestarle. No tendrá que suplicarles que, escuchen lo que escuchen, no se les ocurra llorar. Temblorosa, limpia los cristales que la lluvia no deja de salpicar. Deben brillar. No hay excusa.
Entonces, la cerradura. Siente penetrar el terror embadurnado con ese pegajoso olor a taberna. Y según avanza, zigzagueante por el pasillo, solo un último deseo: que le aseste el empujón final.
Fotografía: Gregory Crewdson
Durísimo texto. Desear que un último golpe te despeñe de una vez al abismo, es peor que morir. Mucho más.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchas gracias por tu comentario.
EliminarTienes toda la razón, hay que estar muy desesperada para desear la muerte.
Besos.