Te lo digo por última vez, ni se te ocurra acercarte a ellas. Son mías de toda la vida. Generación tras generación.
Hace años me cobijé entre las de su abuela que, aunque flácidas, aún conservaban su belleza. Después, acaricié hasta el éxtasis las de su madre, tersas, voluptuosas... Ahora, chupeteo las suyas, suaves e inocentes, hasta quedarme dormido sobre ellas.
Te juro que te corto tus sucias manos en la próxima ocasión que las vea sobre sus tetas.
*Relato escrito a partir de la fotografía de Elisabeth Opalenik
Esos pechos, qué posesión para un niño.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchas gracias por tu comentario.
EliminarBesos.
Oído, nada de tocar.
ResponderEliminarQué buen relato Javier.
Un abrazo.
Muchas gracias por tu comentario, Irene.
EliminarBesos.