Siempre llega haciendo el fantasma. Tal vez, porque está convirtiendo su existencia en una historia de miedo.
Permanezco todas las noches en duermevela, esperando su regreso. Cuando escucho sus risotadas doblar la esquina, apresuradamente me levanto y estoy atenta para abrirle el portal. Luego, el mismo ritual: los tres pisos, los ciento treinta y tres escalones, le cuesta subirlos una eternidad. Cuando llega, le digo: ¡Ya era hora! Entonces, siempre la misma respuesta: Mamá, soy joven. Tengo que disfrutar. No querrás que ate mi vida a la pata de una cuna.
Y por las llaves, ni pregunto. Están sumergidas en el fondo de su memoria anegada por un mar de alcohol.
Fotografía: Andrea Kiss
Final inesperado. Esa forma de subir parecía de un anciano, y le das su vuelta. Esos jóvenes que salen y beben, y luego regresan a casa :-)
ResponderEliminarMuy bueno. Un abrazo
Muchísimas gracias por tu comentario.
EliminarBesos.
Un relato muy de actualidad, e inesperado;estaba por otro camino mi desenlace!!
ResponderEliminarGracias ��
Muchas gracias por tu comentario, Isabel. Es una grata sorpresa que visites mi rincón de letras, me alegra mucho.
EliminarGracias siempre a ti. un beso.