Cada atardecer, cuando me asomo a la ventana a fumarme un cigarrillo, él aparece de repente en el balcón de enfrente. Triste. Solo. Se sitúa entre el enrejado y observa como juegan los otros niños en la calle. Nunca hace ademán de bajar. Su cara está envuelta de melancolía. Incluso, en ocasiones, me ha parecido advertir alguna lágrima recorriendo su rostro. Sobre todo, cuando ve paseando por la acera a su madre y su hermana cogidas de la mano. Entonces, me entran ganas de gritarle, de abrazarle, pero no me atrevo. Aunque lo que me impresiona y paraliza, es que, cuando dan las nueve en el reloj del ayuntamiento, él se levanta y se desvanece atravesando la pared.
Relato escrito a partir de la fotografía del estudio Elmgreen&Dragset
Qué inquietante, amigo. Esa imagen de los viernes creativos también me ronda para un post.
ResponderEliminarUn abrazo y te cuidas mucho.
Muchísimas gracias por tus palabras.
EliminarCuídate mucho.
Besos.
Excepcional. Me provocaste un escalofría. Te mando un abrazo y muchos ánimos.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tus palabras y tu visita, Franc.
EliminarMuchos ánimos y un abrazo enorme.