Estaba cansada de ser un simple objeto. Una mujer de usar y tirar. Las pisadas del amor, no es que las escuchara cerca de mí, literalmente me dejaban marcadas sus huellas del desprecio en mi corazón. Se acabó. Iba a borrar de mí este rictus de tristeza que cubría mi rostro. Escondida, tras una máscara de belleza efímera y superficial, dispararé mis flechas envenenadas hacia todos los hombres sin alma.
A partir de aquel día aparecieron, por la ciudad, cadáveres de hombres con una flecha clavada en el corazón.
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