Siempre, justo cuando nos vamos a dormir, aparece, le gusta ser el centro de atención. Podría venir antes y estar con todos nosotros compartiendo conversación. Pero así, como estamos cansados, él es el único que habla. Menos mal que dicen que todo está en mi cabeza, que él, el diablo, tampoco existe. Aunque, en estos instantes, agradecería que me desabrochasen la camisa para poder taparme la nariz con las manos y no respirar este intenso olor a azufre que inunda la habitación.
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