«Cuidado con los tréboles de cuatro hojas», decía mi abuela. Eso pensé al arrancarlo. Al día siguiente, martes y trece, me levanté con el pie izquierdo. Al entrar al baño, tropecé estampando mi cara contra el espejo, rompiéndolo. Al instante, un wasap de María: «Te dejo». De camino a la oficina pasé bajo una escalera. De inmediato, una llamada del jefe indicándome que mi próximo trabajo sería en la cola del paro. Acabando aquel nefasto día, cerca de la estación, observé un gato negro entre las vías, maullando. Sin meditarlo me lancé a rescatarlo. Entonces, el expreso de medianoche, por una vez, pasó a su hora. Nunca más ocurrió.
Para escribirlo te dan la frase inicial y final.
Fotografía de Daniel Jensen en Unsplash
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