Ahora que todo ha pasado, y tal como nos lo encontramos, pienso que poco más podíamos hacer por él. Estaba allí subido sobre el pretil del puente, dispuesto a lanzarse al precipicio. Entre sollozos, balbuceaba todas las desgracias que le habían ocurrido en su vida. Pero, al mismo tiempo, nos gritaba que no nos acercásemos.
Mientras uno de nosotros comenzó a hablarle con voz calmada para tranquilizarlo, los otros dos nos fuimos aproximando cautelosamente por cada costado. Él, con la mirada perdida, continuaba vomitando sus calamidades y perjuraba que quería morir. Cuando logramos situarnos a la altura de sus piernas, nos abalanzamos sobre él y lo empujamos al vacío.
Ese final es muy bueno. No hay que obligar a vivir a nadie :-)
ResponderEliminarUn abrazo
Muchísimas gracias por tus palabras.
EliminarBesos