El picadero, así llamábamos, mi hermano y yo, al descampado que había detrás del colegio. Era nuestra distracción sabatina. Al atardecer los coches llegaban, aparcaban y comenzaba ese rítmico bamboleo. Si el vehículo era un “Citroën Dos Caballos” aquello se convertía en un espectáculo.
Lo que más nos divertía era acercarnos sigilosamente y dar un golpe seco en la chapa. Bruscamente cesaba el movimiento y veíamos asomarse por las ventanillas sus rostros sudorosos. Siempre salíamos corriendo. Excepto aquella tarde cuando los ojos que se asomaron tras el cristal fueron los de mamá y aquel no era el coche de papá.
Microrrelato finalista del concurso del programa Wonderland/RNE4 28/10/17
Se interrumpió el picadero!
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario.
EliminarUn saludo.
jajaja, qué final tan intempestivo :-)
ResponderEliminarUn abrazo
Muchas gracias por tus palabras.
EliminarBesos.
Cuantas sorpresas da la vida. Estupendo como siempre.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Margarita.
EliminarBesos.