Se asomó sola por la escotilla para ver amanecer, necesitaba respirar, que la brisa arrastrase aquel pegajoso sudor de alcohol que había mancillado su cuerpo durante la noche. Asqueada, saltó sobre cubierta, tras pisotear aquellos amontonados ojos temerosos del látigo del capitán. A lo lejos las luces de la costa le marcaban el final, debía ser ahora o jamás.
Cuando gritaron –“cuerpo al agua”-, solo pudieron contemplar su piel de ébano, iluminada por el alba, flotando inerte sobre un mar de libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario