La decencia no la conocían, su educación era inferior a la de cualquier primate de una selva perdida. Eran un reducto de descerebrados, que en clase solo se dedicaban a rascarse la panza y a escribir obscenidades sobre ella.
Nosotros teníamos una relación muy íntima, nuestros cuerpos se acariciaban, se buscaban y nuestras pieles, cuando se rozaban, se convertían en un torbellino de pasión.
En más de una ocasión quise enfrentarme, luchar y había tenido la tentación de lanzarme sobre esa cuadrilla, pero todo eran obstáculos y problemas, ellos eran más, ella una pizarra y yo un simple borrador sin alas.
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