La ciudad era demasiado caliente y aburrida para él en verano. Entonces, su madre lo enviaba en autobús al pueblo a casa de sus tíos. Junto con su cumpleaños, era lo que más deseaba cada año. Allí, junto a sus primos, la diversión estaba asegurada y los días eran un rompecabezas de juegos y excursiones.
Pero aquel verano iba a ser diferente, distinto. Sus primos no estaban, se habían marchado a Irlanda para aprender inglés. Pese a esa ausencia, su madre le obligó a marchar. Le dijo: «Aburrido, por aburrido, allí estarás más fresco y tu tío intentará que te lo pases bien». Así fue. Los días pasaban con más tedio y sopor que otros veranos. Su tío, en su afán de suplir a sus primos, lo acompañaba a todas partes y, a veces, dormía en su habitación. Para él todo era normal, incluso que se metiera algunas noches en su cama. Pero era tal su inocencia que, con el paso de los días, descubrió que el dicho que le decía su madre: «el roce hace el cariño», no tenía nada que ver con lo que su tío hacía con él.
El miedo, la vergüenza y que lo trataran de mentiroso, le hicieron ocultar lo que pasaba. Tan solo un pensamiento tenía en su cabeza: que aquel verano terminará ya y que fuera el último.
Relato escrito a partir de la fotografía de Jonathan Higbee
Durísimo post. Por desgracia suele ser un familiar quien toca al niño o niña. Aquí utilizas ese verano sin primos, pero a saber si ellos podrían contar noches de roce indeseados
ResponderEliminarUn abrazo y feliz tarde, Javier