Bajé a la playa con la intención de sestear la tarde. Al instante, Raquel, la vecinita del tercero, extendió su toalla cerca de mí. Nada tenía que ver con la enana que yo recordaba paseando su muñeco en el cochecito por el parque. Cuando se quitó el pareo, aquella estrella de mar tatuada sobre su pecho cobraba vida con cada respiración. Su melena castaña, deslizándose sobre su espalda, me hizo olvidar sus coletas de niña. Y sus caderas, cimbreándose al ritmo de la música del chiringuito, elevaron mi imaginación hasta el infinito.
En aquel momento, al descubrir la belleza de Raquel, guardé mi niñez bajo la arena.
Pues yo me quedo con el final del texto. La niña ya no está, Raquel aparece, amanece, madura cual manzana, por primera vez a los ojos del que mira.
ResponderEliminarUn abrazo. Tarde linda
Muchísimas gracias por tus acertadas palabras.
EliminarBesos.
Muchas gracias por tu comentario, Julio David.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Qué bueno! De principio a fin.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tus palabras y tu visita, Margarita.
EliminarBesos.