Al final del malecón, donde las olas se espuman al atardecer, está nuestro árbol. Allí nos conocimos. Nunca he tenido empatía por las personas que salen a correr. Mi madre decía que era de cobardes. Pero aquella tarde la lluvia hizo de celestina. Ambos nos refugiamos bajo sus ramas. Surgió el chispazo, como un rayo bajo el eco del último trueno. Desde entonces, fue el lugar de nuestras citas. Donde hablábamos del ayer, del mañana, de libros, de música. Donde nuestras miradas rompían nuestros silencios. Donde entre caricias florecía la primavera. Pasó el tiempo. El viento lo arrasó todo. Entre sus hojas se perdieron sus besos. Su sombra era cada vez más fría. Sus abrazos más gélidos. Y su voz se apagó con el último adiós. Sin un volveré. Ya decía mi madre que correr era de cobardes.
Ahora, desde que la soledad quebró mi corazón, nuestro árbol, desnudo de amor, vela mi mirada que duerme al vaivén de las olas entre espuma de mar.
Las palabras son: MALECÓN / ÁRBOL / EMPATÍA / CORRER / LIBROS
Fotografía de Todd Quackenbush en Unsplash
Ese viento lo arrasó todo, qué bonito texto, la verdad. A pesar del final tan solitario y nostálgico.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchísimas gracias por tus palabras.
EliminarBesos.