Aquel mensaje en mi móvil era un clamor, un grito desesperado. Cada letra, un gesto de desasosiego. Solo ponía: “No aguanto más. Ya no puedo soportarlo. Tengo que ponerle fin, acabar con esto…”
Tal vez fuese un arrebato momentáneo, aunque era capaz de cometer un dislate. Me dirigí a casa, rápidamente. Entré en la cocina y allí estaba ella. Lo mantenía agarrado muy fuerte, entre sus manos, frente a su boca. Dispuesta, sin remedio, a comerse el último trozo del pastel de chocolate.
Hola, Javier
ResponderEliminarMe alegro de que el final de tu micro hiciera ese giro inesperado y resultara menos dramático de lo que yo me estaba imaginando. Confieso que entiendo muy bien la desesperación de tu prota :D ¡Muy bueno!
Un abrazo.