Querida mía, tan solo puedo respirar cuando te escribo.
Otra tarde, entro en el café. Me dirijo al fondo, donde los espejos que decoran las paredes juegan al escondite con nuestros recuerdos. Sobre el frío mármol coloco el papel y la estilográfica que tú me regalaste.
Sin mirarla sé que la camarera me observa. Entonces, se desabrocha un botón más de la blusa. Espera a que levante la vista y le lance una sonrisa para poner en marcha la cafetera.
Desde mi posición oteo la mesa donde nuestras manos llenaban nuestros silencios. La pasión no necesitaba palabras, solo miradas.
El repiqueteo de las fichas de dominó altera mis pensamientos y, en ocasiones, emborrona estas caricias escritas para ti. De vez en cuando, el eco de alguna risa me desordena el corazón, como si escuchase la tuya. Vigilo la puerta, por si se produce el milagro y apareces. De nuevo, esperando tu regreso, dejo enfriar el café. Tal vez, en algún momento logre que el amargo sabor de tu ausencia deje de ahogarme el alma.
Doblo la cuartilla y la introduzco en un sobre, que guardo en mi cartera junto a los otros que te escribí. Sin destinatario. Sin remitente.
Una magnífica carta, donde el escenario, tan bien dispuesto y referido, nos habla de esa nostalgia prendida en el alma
ResponderEliminarPrecioso post. Un abrazo, Javier
Muchísimas gracias por tus palabras y tu visita.
EliminarCuídate mucho.
Besos.
Muy bonita y con mucho sentido y valor amoroso.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras, Antonio.
EliminarUn saludo.
Triste y hermoso a partes iguales. Muy bien descrita la escena. Me encanta.
ResponderEliminarUn saludo.
Muchísimas gracias por tus palabras, Rebeca.
EliminarUn saludo.